Espacio para hacer contacto con la teoría, la práctica y la experiencia. Para dar cuenta y darse cuenta del desarrollo académico, fenomenológico y existencial. Galeón donde los poetas, los taumaturgos, los profetas y los blasfemos vagabundean por los siete mares sin apearse en ningún sitio.
miércoles, 21 de diciembre de 2011
Una experiencia de apertura musical
Les comparto el juego para que lo utilicen cada vez que lo necesiten. En el barrio donde estoy trabajando, casi la única música que se puede oír es reguetón. Oír un vallenato es una odisea y un rock ya es un milagro. Sin embargo, he sido testigo de varias odiseas y he sido partícipe de uno que otro milagro. Los niños y jóvenes tienen una actitud cerrada a otros ritmos musicales, pero más bien porque no los han oído casi. Es decir, porque ni siquiera han podido desarrollar el gusto por otros géneros: no los han probado hasta encontrarles el sabor. Y mientras más tiempo pasan evitando ese contacto, más difícil será que puedan encontrar dicho sabor, porque más intolerantes se habrán vuelto y con mayor premura presionarán el cambio al esquema vocal, rítmico y corporal conocido y hasta trillado. Su gusto por el reguetón ya no es sólo un gusto, sino también un síntoma de angustia ante lo desconocido.
En ese ambiente, utilicé una grabadora con buena sintonización y propuse un juego rítmico a los niños con los que trabajaba, que eran de entre siete y nueve años, más o menos. El juego consistía en caminar en círculos al ritmo de la música que sonara, sin chocarse ni golpearse. Cada cierto rato, según la tolerancia o el disfrute observados, y según mi objetivo, iba cambiando la emisora de tal manera que hubiera tan sólo un instante entre una y otra, obligándolos a realizar un ajuste en su velocidad y movimientos.
Al final, cuando ya habían caminado, brincado y bailado varios géneros musicales bien diferentes, comenzamos a conversar de las músicas que más les gustaron (este fue un error de ingenuidad, ya que los niños conservaban su opinión sobre el reguetón y las demás músicas), pero no recibí respuestas basadas en la experiencia inmediata sino en las opiniones ya introyectadas. Así que me enfoqué en preguntar, ya no por la música, sino por el movimiento, por cuál música los hizo mover más, cómo les parecieron sus movimientos, tuvieron qué inventarse un baile o los conocían ya todos, etc. Las respuestas tuvieron que quedarse en la experiencia y fue posible mostrarles que se puede disfrutar de muchos más géneros musicales.
Esta experiencia sirvió de rompehielos para aventarme a una actividad mucho más exigente: una fantasía dirigida con el Bolero de Ravel de fondo, la cual fue no sólo disfrutada por los niños, sino que también les permitió expresar mucho de ese potencial creativo que normalmente es criticado y negado en sus casas. Era bacanísimo ver niños que normalmente borran, tachan y destruyen sus dibujos antes de finalizarlos, esta vez llegar hasta el final del mismo y querer seguir dibujando y explicando lo que hicieron.
Saludos.
martes, 1 de noviembre de 2011
¡Que por qué los colombianos somos pobres...!
¿Por qué? Porque plantea como solución el cambio de mentalidad de la población colombiana, pero desconoce una tautología problemática cuando pasa raudo por el tema de la educación. Y es que las mentalidades de los pueblos, como el propio video lo insinúa, se construyen en la educación. Y la tautología es la siguiente: Si cambia la actitud de pobreza de los colombianos, cambia la sociedad y su educación. Pero ¿cómo va a cambiar la mentalidad de pobres de los colombianos, si no cambia la educación?
La problemática es cierta y los planteamientos también, pero no el enfoque. Porque si el cambio necesita de una mentalidad colectiva diferente, de una conciencia de cooperación y de trabajo, el problema no puede presentarse de manera individualista, como si la mentalidad de un pueblo fuera igual que la suma de las mentalidades individuales que lo conforman. Desconocer el campo dificulta la integración de figura y fondo. Y el video que estoy comentando, tiene una figura muy clara, pero también tiene un fondo muy borroso.
sábado, 13 de agosto de 2011
Ser o no ser ya no es el dilema, sino cómo ser y cómo dejar de ser.
Elegir de qué manera moriremos es parte del sistema de la vida. Es uno de los asuntos principales del campo existencial vida-muerte, del ciclo vida-muerte-vida. No se niega que después de nosotros habrá más vida, pero sí se reconoce que ya no estaremos allí para disfrutarlo.
jueves, 19 de mayo de 2011
Una luz en el camino
domingo, 24 de abril de 2011
Sobre la Infidelidad
Sobre la Infidelidad
En múltiples ocasiones me he interrogado por la tradicional acepción de infidelidad que muchas personas consideran y defienden como correcta, en la que el contacto físico erótico o sexual con alguien diferente a la pareja “oficial”, es decir la novia(o) o la esposa(o), es sin duda el factor determinante de su definición; por consiguiente besarse, acariciarse o llegar hasta el máximo contacto físico del coito con una persona ajena a la pareja es considerada la suprema conducta de infidelidad, la consumación total de la misma.
Sin embargo esta acepción es correcta sólo en apariencia.
Qué es lo que realmente preocupa a algunos enamorados? a los enamorados de un especial nivel de conciencia? No es acaso lo más perturbador la posible pérdida del ser amado que quizá nos ha costado tanto encontrar, conquistar y mantener a nuestro lado? No es ese “verdadero amor” el bien máximo que queremos conservar a toda costa? Sin duda el cuerpo del ser amado es, consciente o inconscientemente, asumido como propiedad nuestra, y por lo tanto la idea de que llegue a ser disfrutado por alguien diferente a nosotros puede resultarnos muy dolorosa; claro, esto depende de la representación de infidelidad que tengamos, por lo cual esta aseveración no es necesariamente cierta para quienes conciben la infidelidad de manera alternativa a la representación tradicional que aquí reviso. Entonces los besos y caricias, incluso el sexo con ese “otro” que percibimos como intruso no es lo determinante de la infidelidad, si bien podría ser una consecuencia de la esta.
Entendiendo que lo verdaderamente nuestro no es el cuerpo del ser amado sino su amor (lo cual pude también someterse a revisión), y si es ese amor el bien supremo que queremos conservar, entonces algunos enamorados podemos comprender los impulsos sexuales propios y de nuestra pareja hacia otras personas justo como lo que son, parte de la naturaleza sexual misma del ser humano que debido a ciertos convencionalismos sociales, como el noviazgo, no pueden ser expresados libremente, por lo menos no en esta sociedad colombiana fuertemente influenciada por el pensamiento judeo-cristiano. Algunos enamorados podemos incluso llegar a acuerdos en los que nos admitimos, junto con nuestra pareja, una posible “canita al aire”, un “pase”, una vez hemos llegado a la comprensión de que el amor no estaría así comprometido, y que por lo tanto, lo verdaderamente importante de la relación amorosa no estaría en juego. Es sin duda un acto de suprema confianza en la pareja, en nosotros mismos, y en la relación amorosa cultivada hasta entonces. Inclusive, si una acción así de nuestra pareja se da por fuera de un acuerdo previo con nosotros, es decir, entra en la categoría convencional de la “infidelidad”, una vez constatamos que el amor sigue aún salvaguardado, algunos enamorados podemos simplemente “perdonar” a nuestra pareja porque esa “falta” no amerita una pérdida del amor, no una pérdida de tal magnitud. Tengo bastante claro que es más fácil decirlo que experimentarlo, pero sin duda es algo que ocurre con bastante más frecuencia de lo que las personas del común puedan llegar a imaginar.
Para los enamorados que compartimos representaciones alternativas de la infidelidad unos “cuernos” no se ponen necesaria ni exclusivamente con un sexo casual por fuera de los confines de la pareja. Hay otras conductas que nos provocan mayor preocupación.
Si en medio de la normalidad de la relación amorosa de novios o esposos, nuestra pareja sostiene encuentros constantes o inclusive casuales con alguien que deliberadamente le coquetea no sólo para lograr llevarla a la cama sino para conquistarle como compañera, entonces ella, nuestra pareja, estaría posibilitándose momentos de cortejo con un intruso. Nuestra pareja podría argüir que “no hace nada malo”, que la responsabilidad del flirteo recae sólo en el tercero, pero la aparente pasividad de nuestra pareja sería sólo eso, aparente, porque asistir a, o permanecer discretamente “pasiva” en encuentros de ese tipo es una clara manifestación de disponibilidad para ese otro, para su enamoramiento, de facilitación ante los intereses del intruso que pretende su conquista total, manifestación que este o esta no deja de notar y aprovechar porque la interpreta justo como lo que es: la implícita invitación a continuar con el cortejo y, por lo tanto, la promesa sugerida de que su perseverancia se verá recompensada con lo que busca. Bajo estas circunstancias lo que nuestra pareja estaría poniendo en riesgo no son simples caricias, besos o sexo casual; estaría arriesgando el amor en sí, lo más importante de la relación, el bien máximo que, como he dicho antes, queremos conservar a toda costa. Los enamorados como yo encontramos en este tipo de conductas, desde la simple permisividad ante el intruso hasta el establecimiento de un enamoramiento paralelo, una manifestación de infidelidad mucho mayor; es decir, esto es lo que propiamente entendemos por infidelidad.
El amor es un bien que algunos enamorados quizá sobrevaloramos porque le vemos como la máxima expresión de la experiencia espiritual y sensible. Su conquista y consolidación pueden llegar a requerir un esfuerzo monumental que determine una muy especial valoración de lo que representa para nosotros. Esa valoración del amor conlleva a que mujeres y hombres de todas partes se enfrenten a sus propias representaciones de la infidelidad a la hora de enfrentar situaciones difíciles con su pareja. Así los famosos “cachos” puestos por el ser amado o por nosotros mismos exponen nuestras vulnerabilidades: las de cada uno frente al otro, frente a nosotros mismos y frente a la relación amorosa en sí.
Bien vale entonces preguntarnos qué es lo que más tememos perder en una relación amorosa, será la exclusividad sobre el cuerpo del ser amado? O será el amor arduamente construido con el ser amado? la exclusividad del cuerpo o la del corazón? Algunos como yo vemos en la primera opción, en la pretenciosa soberanía sobre el cuerpo ajeno una clara condición de egolatría, una demostración no necesariamente cierta de la valía que el ser amado tiene de nosotros, la cual podemos exhibir ante los demás y a la que nos aferramos para reconfortarnos a nosotros mismos. Su sacrificio aun me resulta difícil, lo acepto, pero sin duda es mucho menor al de la pérdida del bien supremo del amor devenida por causa de la solapada disponibilidad de nuestra pareja al enamoramiento con un tercero; eso que aquí llamo infidelidad.
Atanael Barrios L.
sábado, 5 de febrero de 2011
Un artículo interesante.
Click al título.
martes, 1 de febrero de 2011
Primero que todo, se nota que el concepto de salud mental subyacente en esa demanda se sintetiza en pasividad, quietud y silencio. Segundo, se considera al niño como un objeto que el profesional de la salud mental va a reparar, y, por lo tanto, se niega toda posible experiencia personal que pueda explicar la necesidad de sus comportamientos diferentes, así como toda posible comprensión de sus necesidades y, además, toda posible autorregulación o tendencia al desarrollo y la salud. De manera que se vuelve a caer en el error de separar el mundo generando dos realidades inconexas. Por un lado, la realidad de los proyectos, las justificaciones, los marcos teóricos, en la cual las personas son formuladas como participantes activas de sus procesos, clientes que deciden y están al tanto de los procedimientos, condiciones y consecuencias, con quienes se debe contar para desarrollar las diversas estrategias contempladas en aquellas hermosas formulaciones teóricas. Por otro lado, la realidad de las acciones, las emociones y miedos, las decisiones administrativas y las palabras arrojadas sin quien se apersone de ellas ni de sus consecuencias, en la cual los implicados no se enteran de las decisiones que los afectan; reduciendo lo personal a lo conductual o interpretando todas las experiencias personales bajo la rancia luz de una sola teoría o vivencia, al mejor estilo de la vecina chismosa de la cuadra... De esa manera, se dice -con pasión casi mística- que el marco teórico de una acción es constructivista (porque la moda del momento en el mundo de los proyectos es el constructivismo), y, al mismo tiempo en el que se está diciendo esto, se está exigiendo al profesional de la salud mental que le haga algo a ese niño para que lo cambie y si no sirve, que lo lleve a urgencias psiquiátricas porque está insoportable. Yo pregunto: ¿dónde está, pues, el tal constructivismo?
Habrá que analizar la manera en que no sólo el constructivismo, sino cualquier escuela, tendencia o episteme se convierten en moda y los estragos que trae este estúpido y triste autoengaño. Será necesario, también, observar la relación entre convertirse en moda y revolverse con las tendencias actuales de los mercados como la Nueva Era, vulgarizándose sin ninguna conciencia de identidad.