sábado, 13 de agosto de 2011

Ser o no ser ya no es el dilema, sino cómo ser y cómo dejar de ser.

Varias veces, cuando pienso en el calentamiento global llego una desoladora idea: la humanidad puede desaparecer y el resto de la naturaleza se recupería; y sobre el piso geológico que quede con los restos de nuestra humanidad, renacerán nuevas selvas, nuevos valles, nuevos montes. No somos indispensables para la Tierra, ella no nos necesita. Nosotros somos los que dependemos de ella. Hacemos parte de ese gran sistema, estamos relacionados y no podemos extrañarnos de él. 
La pugna por seguir la tendencia del progreso tecnológico, económico y social, con todo y sus efectos para la vida; la pugna también por continuar utilizando combustibles fósiles y mantener el estado económico de cosas, puede sobrevivir con el argumento de que la naturaleza no nos necesita y puede recuperarse... Es como el fumador que dice: de algo se tiene que morir uno, fumemos. Lo que no tienen en cuenta ni el fumador ni el petrolero es la forma en que se ha de morir. Por supuesto que todos moriremos. Sería estúpido negarlo. Lo sabemos desde que la tierra era tan parecida al huerto de Edén, que precisamente el mito también trata de responder por qué el género humano sabe de su propia muerte.
Elegir de qué manera moriremos es parte del sistema de la vida. Es uno de los asuntos principales del campo existencial vida-muerte, del ciclo vida-muerte-vida. No se niega que después de nosotros habrá más vida, pero sí se reconoce que ya no estaremos allí para disfrutarlo.