Las familias, las organizaciones, los grupos humanos en general, se parecen a una caverna con estalactitas y estalagmitas, con guácharos y murciélagos, con agua goteando y abriendo surcos en su recorrido; con humedad, hongos y bacterias, silencio y eco, oscuridad, quietud y soledad. Todo lo que las conforma permanece allí, a veces se mueve y vuelve a quedarse como estaba, pero cada movimiento, cada cambio, por pequeño o simple que parezca, tiene que ver con todo el conjunto, tiene efecto en toda esa caverna.
Varias son las apariencias, según si se les mira desde adentro o desde afuera, según la escala, según el observador. Desde afuera, parecen estáticas, pacíficas, silenciosas, desoladas, pero al ingresar y acomodar la visión a la penumbra que las llena, se diferencian sonidos particulares, interacciones específicas, conjuntos de colores y de formas, momentos y ritmos diferentes, contrapunteos, cánones, acompasamientos, armonías, destiempos y disonancias.
Se parecen a un grupo de músicos que improvisan, que se influyen y van uniéndose a lo que más les suena; compiten, proponen, se ajustan, se amoldan, se ignoran, se escuchan, se alinean, se alienan, se hacen señas, se ponen de acuerdo, se equivocan, se tapan los errores, se sonríen, se miran; un alto nivel de lenguaje corporal es necesario cuando se improvisa con otros.
La caverna se va formando con el tiempo; poco a poco, las estalactitas y estalagmitas van creciendo. Cada vez que una gota de agua cae y se une a ese caudal que crece y busca un cauce, hay un movimiento de roce que esculpe la roca y barre los sedimentos. Cada vez que esa gota cae hay una ondulación que llega a una orilla y este movimiento facilita el oxígeno a los organismos que crecen en el agua y en las rocas.
Siempre hay interacciones que, a lo largo del tiempo, van creando formas nuevas, espacios nuevos, ritmos nuevos, armonías nuevas.
Las organizaciones humanas son una interacción constante que parece tan quieta como si fuera una caverna inexplorada. Un movimiento inusitado, sorpresivo, revuelca el fondo, mueve lo asentado y afecta a todos los miembros, desata reacciones de alerta, respuestas que al repetirse se van convirtiendo en parte del conjunto, del cauce, de la interacción, de la música que ejecutan.
A veces, crean costumbres convenientes para conservar el poder en su lugar, para mantener la quietud, la seguridad. A veces, estas costumbres son tan definidas y compactas que moldean y dan forma a otras manifestaciones de aquellos miembros que tradicionalmente perdieron el poder para decir, proponer o transformar. Y lo perdieron porque cada vez lo iban perdiendo más. Porque poco a poco, como en la caverna, fueron torneados sus alcances y sus posibilidades. Lo que, a su vez, tiene efectos en otros miembros que, según sus formas, reaccionan y responden.
Algunos chocan y generan turbulencia sin que haya mucho cambio en la forma general, otros se adentran en una nueva caverna cavada poco a poco -a medida que se hace necesario-, para esconderse o atenuar los impactos; mientras tanto, va creciendo esta especie de caverna dentro de la caverna, y acoge a otros seres como nuevos miembros, creando una situación confusa pero cómoda, tal vez angustiante, pero un poco más segura que el estado anterior.
Otros salen; algunos sin miramientos. Hay salidas cortas con efectos poco duraderos; salen del campo de influencia de los miembros cada vez más poderosos o prestigiosos, aquellos cuya influencia da forma a la caverna. Son escapes que consisten en dejar de aparecer y no ser notados. Para ello, no tienen que salir de la caverna, se conforman con dejar de existir para los otros. Pueden usar mimetismo críptico, como aceptarlo todo, dejarse llevar, confundirse con el ambiente general, o pueden usar camuflaje: endurecerse o parecer amenazantes.
Es ahí donde entran la locura y el consumo de sustancias psicoactivas; también, algunas formas más aceptadas socialmente, como el activismo obsecado (religioso o político).
Se trata allí de liberarse de tensiones, de salir de algunas redes de sentido que dificultan la interacción, de dar un nuevos sentidos a la existencia en la organización. A veces interrumpen el modo de comunicarse e interactuar en la familia, generando separación, puntos de fuga y, también, refugios herméticos para alejarse de las corrientes principales que sedimentan y estructuran al conjunto.
También pueden configurarse en barreras o diques para moldear la estructura general, no ya bajo el proceso de sedimentación que lleva su tiempo y permite la acomodación a los cambios, sino bajo una imposición abrupta que dificulta la comprensión de los nuevos cambios, irreflexivos e incomprensibles, en tanto que obedecen a una estructura externa y no a la dinámica propia de la organización.
Estas barreras muchas veces transforman las relaciones en formas perversas de manipular y controlar, por más bienintencionadas que se digan ser.
Por otra parte, la caverna dentro de la caverna se agota y genera una transformación estructural de tal magnitud que exige cambios. Si no se adoptan estos cambios, la tensión interna se convierte en un factor ambiental que esteriliza, fosiliza al grupo entero, dando lugar a una quietud vacía, inerte, la cual es tratada como inadaptación o enfermedad, consumando la segregación del distinto y manteniendo la ilusión de apasible fuente de vida.