sábado, 23 de septiembre de 2023

Bosque-jo

Roble fuerte
 Denso                                             Deseos
  Silencioso                                   Falta 
               Nido nuevo                  "Necesidad"
                   Golondrina           Planes
                       Inquieta         Futuro 
                          Eléctrica   Incertidumbre

                                 Miedo oscuro
                                      Nido vacío
                                       Roble triste
                                   Incomprendido
                                    Sembrado
                                      Duro
                                      Estoico
                                      En paz

martes, 25 de julio de 2023

Harto

A Ludwig Wittgenstein y Gregory Bateson, gracias.

Estoy harto de los sabios
Que en su delirio
Infalibles
Juzgan la vida
Sin asomo de duda

Estoy harto de sus dogmas
Que no admiten preguntas
Ni otras miradas

Estoy harto de su falsa pose de escucha
Aunque están sordos como tapias

Estoy harto de su locuacidad
Y de su actitud de ayuda
De sus enseñanzas no solicitadas
Y de su evangelismo.

Harto de que perseveren en sus juegos de lenguaje
Y crean en que son todo el lenguaje.
Harto de sus lenguajes completos
De que nieguen lo suburbano de sus dogmas, pretendiéndolos universales
De que crean que sus palabras, sus clasificaciones, sus creencias, estaban allí
Desde el principio de los tiempos
Como verdades escenciales

De que no comprendan que su lenguajear es tan sólo uno más entre la variedad de los juegos del lenguaje.

Harto de que olviden que "toda explicación puede ser malentendida".

Harto de su miedo a salir del juego conocido
De su negación a comprender juegos nuevos, no por incapacidad, sino por predilección.

Harto de que fijen lo que pretenden transformar
De que fijen los significados de sus palabras
Y decreten el significado de las de otros.

Harto de que instauren lo mismo que combaten, cambiando un juego por otro
Con reglas similares

Harto de su insistencia en saber e interpretar la experiencia ajena y de su reducir la vida a ideas prefabricadas

De organizaciones, formas y poder.

Las familias, las organizaciones, los grupos humanos en general, se parecen a una caverna con estalactitas y estalagmitas, con guácharos y murciélagos, con agua goteando y abriendo surcos en su recorrido; con humedad, hongos y bacterias, silencio y eco, oscuridad, quietud y soledad. Todo lo que las conforma permanece allí, a veces se mueve y vuelve a quedarse como estaba, pero cada movimiento, cada cambio, por pequeño o simple que parezca, tiene que ver con todo el conjunto, tiene efecto en toda esa caverna.
Varias son las apariencias, según si se les mira desde adentro o desde afuera, según la escala, según el observador. Desde afuera, parecen estáticas, pacíficas, silenciosas, desoladas, pero al ingresar y acomodar la visión a la penumbra que las llena, se diferencian sonidos particulares, interacciones específicas, conjuntos de colores y de formas, momentos y ritmos diferentes, contrapunteos, cánones, acompasamientos, armonías, destiempos y disonancias.
Se parecen a un grupo de músicos que improvisan, que se influyen y van uniéndose a lo que más les suena; compiten, proponen, se ajustan, se amoldan, se ignoran, se escuchan, se alinean, se alienan, se hacen señas, se ponen de acuerdo, se equivocan, se tapan los errores, se sonríen, se miran; un alto nivel de lenguaje corporal es necesario cuando se improvisa con otros.
La caverna se va formando con el tiempo; poco a poco, las estalactitas y estalagmitas van creciendo. Cada vez que una gota de agua cae y se une a ese caudal que crece y busca un cauce, hay un movimiento de roce que esculpe la roca y barre los sedimentos. Cada vez que esa gota cae hay una ondulación que llega a una orilla y este movimiento facilita el oxígeno a los organismos que crecen en el agua y en las rocas.
Siempre hay interacciones que, a lo largo del tiempo, van creando formas nuevas, espacios nuevos, ritmos nuevos, armonías nuevas.
Las organizaciones humanas son una interacción constante que parece tan quieta como si fuera una caverna inexplorada. Un movimiento inusitado, sorpresivo, revuelca el fondo, mueve lo asentado y afecta a todos los miembros, desata reacciones de alerta, respuestas que al repetirse se van convirtiendo en parte del conjunto, del cauce, de la interacción, de la música que ejecutan.
A veces, crean costumbres convenientes para conservar el poder en su lugar, para mantener la quietud, la seguridad. A veces, estas costumbres son tan definidas y compactas que moldean y dan forma a otras manifestaciones de aquellos miembros que tradicionalmente perdieron el poder para decir, proponer o transformar. Y lo perdieron porque cada vez lo iban perdiendo más. Porque poco a poco, como en la caverna, fueron torneados sus alcances y sus posibilidades. Lo que, a su vez, tiene efectos en otros miembros que, según sus formas, reaccionan y responden.
Algunos chocan y generan turbulencia sin que haya mucho cambio en la forma general, otros se adentran en una nueva caverna cavada poco a poco -a medida que se hace necesario-, para esconderse o atenuar los impactos; mientras tanto, va creciendo esta especie de caverna dentro de la caverna, y acoge a otros seres como nuevos miembros, creando una situación confusa pero cómoda, tal vez angustiante, pero un poco más segura que el estado anterior.
Otros salen; algunos sin miramientos. Hay salidas cortas con efectos poco duraderos; salen del campo de influencia de los miembros cada vez más poderosos o prestigiosos, aquellos cuya influencia da forma a la caverna. Son escapes que consisten en dejar de aparecer y no ser notados. Para ello, no tienen que salir de la caverna, se conforman con dejar de existir para los otros. Pueden usar mimetismo críptico, como aceptarlo todo, dejarse llevar, confundirse con el ambiente general, o pueden usar camuflaje: endurecerse o parecer amenazantes.
Es ahí donde entran la locura y el consumo de sustancias psicoactivas; también, algunas formas más aceptadas socialmente, como el activismo obsecado (religioso o político).
Se trata allí de liberarse de tensiones, de salir de algunas redes de sentido que dificultan la interacción, de dar un nuevos sentidos a la existencia en la organización. A veces interrumpen el modo de comunicarse e interactuar en la familia, generando separación, puntos de fuga y, también, refugios herméticos para alejarse de las corrientes principales que sedimentan y estructuran al conjunto.
También pueden configurarse en barreras o diques para moldear la estructura general, no ya bajo el proceso de sedimentación que lleva su tiempo y permite la acomodación a los cambios, sino bajo una imposición abrupta que dificulta la comprensión de los nuevos cambios, irreflexivos e incomprensibles, en tanto que obedecen a una estructura externa y no a la dinámica propia de la organización.
Estas barreras muchas veces transforman las relaciones en formas perversas de manipular y controlar, por más bienintencionadas que se digan ser. 
Por otra parte, la caverna dentro de la caverna se agota y genera una transformación estructural de tal magnitud que exige cambios. Si no se adoptan estos cambios, la tensión interna se convierte en un factor ambiental que esteriliza, fosiliza al grupo entero, dando lugar a una quietud vacía, inerte, la cual es tratada como inadaptación o enfermedad, consumando la segregación del distinto y manteniendo la ilusión de apasible fuente de vida.

lunes, 6 de septiembre de 2021

¡Pero si eres psicólogo!

Las personas tienen toda clase de creencias sobre la psicología y quienes nos dedicamos a ella. Creencias mágicas y morales sobre lo inconsciente, sobre la crianza, sobre la sexualidad, las emociones, el amor, las decisiones y todos aquellos temas susceptibles de juicio moral.

Creen que dedicarse a la psicología es acomodarse a esas creencias y agregan que quien no lo haga no hace correcta psicología. No comprenden la petitio principii que fundamenta a su concepción de inconsciente, a la cual recurren como hemos hecho por tantos años con los dioses, bajo un paradigma claramente mitológico. Esta aserción les ofende y horroriza. Pues, ¿quién está en disposición de perder sus dioses?

Para quien estudia o practica la psicología, es común oír el mismo reclamo que se le ha hecho a cada sacerdote en cualquier culto: ¿por qué piensas-actúas-eres, así? ¿Acaso no eres psicólogo (a)? Y el reclamo nunca está fundamentado en el saber psicológico. Gran parte de las veces se basa en un deseo, una creencia, una tradición; en una ideología.

Exhiben un determinismo que sonrojaría al mismo Skinner y predicen trastornos a diestra y siniestra en los hijos de otros, según el juicio moral que hacen de quien ejerce la crianza, más por creerse superior que por algún fundamento psicológico para sus críticas. Ni siquiera la psicoanalítica, con toda su amplitud y vaguedad conceptual sería suficiente para sustentar tamañas maldiciones disfrazadas de juicio ético. El propio Freud fue mucho más prudente y benevolente. Debe de estar agrietado su ataúd de tanto que ha tenido que revolcarse.

La psicología busca comprender al animal humano en su complejo comportamiento, y hace mucho que dejó de lado las metodologías basadas solo en contenidos declarativos del pensamiento. Hace mucho, también, que dejó de explicarlo todo recurriendo al inconsciente. Hasta el determinismo del siglo veinte ha sido replanteado. Pero quien se cree con el saber psicológico absoluto enarbola estas banderas sin siquiera ser consciente de lo vergonzosas que resultan a la luz del pensamiento complejo, los avances en neurociencia y la gran variedad de paradigmas investigativos y terapéuticos.

Siguen haciendo lo que desde el principio fue criticado por el propio Freud, profeta al que invocan: siguen haciendo "psicoanálisis salvaje".

domingo, 6 de mayo de 2018

Mensaje para el muerto que llevamos dentro

Para qué esforzarte por comprender quién eres, si, hagas lo que hagas, estás bajo sospecha.
Si todo se reduce a una simple explicación.
Si todas tus palabras son justificaciones y resistencias.
Si ya habías sido predefinido, si no tienes libertad de ser diferente, si es imposible salirte de los paradigmas con que te leen.
Para qué salirte del rebaño, si eres una simple oveja, explicada por su función en la granja, incluso antes de haber nacido.
Todas tus respuestas son meros balidos sin sentido, solo eres un montón de lana más. Tu única función ya fue predeterminada de antemano.
No hagas nada. Ni la muerte te liberará de ese obtuso destino.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Cibernética Cósmica

Cansado de recorrerse por dentro
Con tanto tiempo para tan poco cuerpo
Despacio, despacito, así, suavemente... 
Con un zumbidito por dentro
Como dormido
Disfrazado de muerto
Disfrazado de disfraz
Era una apariencia dibujando un mundo que no lo veía.

El dibujo de un muerto lentamente

Dibujando un mundo para existirlo
Así pensó seguir

Pero no era un dibujo
Solo dibujaba algo más.

Aburrido 

tomaba una silla para dibujar
Hacía un dibujo de él en una silla
Dibujándose
Y creaba un mundo infinito
Donde había
Sillas
Dibujos
Papel
Disfraces
Muertos

Creía haber sido un dibujo con voluntad
Pero ahora 
Sentía que el mundo no era ya una apariencia
Sino que era duro
Y pesado
Doloroso
Que tallaba
Que era incómodo... 

Entonces
No dibujó más

Habitó su propio grito
Y fue su mundo 
Y su cuerpo


domingo, 14 de diciembre de 2014

CONCIERTO DELIRANTE EN CUATRO MOVIMIENTOS

Allegro ma non tropo

La historia del pensamiento moderno está íntimamente ligada al dualismo mente-cuerpo. Desde la Grecia clásica hasta nuestros días, esta división se ha perpetuado (de manera latente en la actualidad) en las distintas ramas del conocimiento; en la filosofía, en las ciencias objetivas o “exactas” y, más aún, en las ciencias sociales o hermenéuticas.

La mente, por su parte, ha sido considerada generalmente, como lo racional; y esta mirada dirigida hacia una única dimensión de la mente, ha desembocado en la negación de lo no racional, en la proscripción de lo emocional, de lo pasional. Para Descartes, por ejemplo, la única manera de llegar a la verdad era su método deductivo y racional basado en las matemáticas. Galileo, en cambio, concedía mayor valor a la experiencia, tratando a la realidad como juez sobre la razón (sobre la deducción) y no como una maquinación de los sentidos. La aceptación que obtuvo el método racional  (el cartesiano, principalmente) entre la comunidad culta europea se transportó a través del tiempo, a través de la modernidad, y dio como resultado la creencia en el máximo poder de la razón: aún las Verdades a las que sólo es posible llegar por medio de un pensamiento no racional (ya sea Místico, Artístico, Mágico, Religioso, etc.) pueden ser encontradas por medio del uso de la sola razón.

A partir de estas ideas –latentes o manifiestas-, la ciencia moderna llegó al positivismo. ¡La más paroxística forma de negación de la pluridimensionalidad del alma…! Se cree, entonces, que sólo hay Verdad en lo concreto; en lo comprobable y en lo cuantificable. Como era de esperarse, las ciencias humanas fueron inundándose desesperadamente de positivismo, y adquirieron un obcecado interés por pertenecer a este paradigma, por ser acreditadas como Ciencias (comprobables, cuantificables, verificables). En la psicología, el fenómeno se llamó conductismo. El conductismo tenía una mirada reduccionista del hombre y éste era definible desde su conducta definida principalmente por reacciones conductuales a estímulos. Las ciencias sociales (principalmente, las ciencias del espíritu-alma, como la psicología, la psiquiatría, incluido, además, el psicoanálisis) pecaron aquí por omisión, por amnesia; por ceguera obnubilada ante la luz de la razón. Se olvidaron, mejor, no se dieron cuenta de que su objeto de estudio no era algo estático o cognoscible únicamente desde sus características, de que su objeto de estudio no era tan solo un objeto, sino un sujeto, la relación entre sujetos, o la relación entre ésta última y el ambiente, la naturaleza.

Pero como la “verdad” se “alcanza” sólo desde el discurso positivista, objetivo y metódico; y como se venían negando las otras dimensiones humanas comprensibles desde planos distintos al de la razón, se hacía necesario olvidar y condenar a la falsedad aquello Subjetivo, Imaginario, Mítico o Místico que, si bien tiene una lógica distinta a la racional, también era condenada, en el mejor de los casos, a la charlatanería.

Paralelo a este relato, luego de la ilustración viene la revolución industrial que aprovecha el derecho divino otorgado por una idea[1] de dios al primer hombre de la tierra: el derecho a dominar la naturaleza para sacarle beneficio sin importar las consecuencias. El afán de entonces era producir a costa de lo que fuera, incluso de la naturaleza o de la propia vida. La propaganda que se hizo al “progreso” generó grandes cinturones de miseria alrededor de las ciudades europeas y norteamericanas, ya que impulsó desplazamientos masivos de campesinos en busca de mejor vida. Todo para ser incorporados a la máquina gigante, la ciudad industrializada; para dejar de ser gente y volverse herramientas útiles que por el hecho de ser esclavos voluntarios[2] pierden, aún hoy, todo valor personal, todo tipo de dignidad quedando rebajados a la única condición de objetos. Ante esto aparecieron, desde la literatura, fuertes reacciones como las de Tolkien y Blake, quienes no de una manera bucólica, escribían sobre aquellas tierras que ya habían sido olvidadas, aquellos seres que habían sido dejados de nombrar, historias que pertenecían al universo mítico de la Europa original, la Europa precristiana, mágica, aquella que había sido tantas veces perseguida por una iglesia racionalista (aunque sin enumerar las tantas veces que adulteró con ella según el territorio que pretendía evangelizar, ni las orgías en las que violaron a nuestra querida niña América) para acabar con la herejía, con las fuerzas del demonio; fuerzas que en la pluma de Tolkien se enfrentaban a la muerte espiritual de la industria.

Esta visión cerrada sobre el hombre dio paso a lo que hoy podemos llamar obsesión por la eficacia. ¿Para qué hacer algo que no sea económica y monetariamente productivo? Cuando se quiere una sociedad dominada en toda su extensión, debe dominarse su conducta, para dominar su conducta, lo mejor es lograr que los individuos[3] que se quiere dominar se sientan en las mismas condiciones y con las mismas capacidades que los otros. Un método que coarte las capacidades imaginativas del ser para ponerlas a trabajar a favor de la productividad deseada. Si se quiere un mundo de Hüxley, “feliz”, es más fácil producir una amnesia que haga olvidar la tristeza y no solo eso, sino cualquier cosa que irrumpa con el tiempo de trabajo que, no por nada, es oro. Esto es, hacer olvidar la esencia del ser, reducirla a una mínima expresión. Reducirla a la productividad subordinada a una racionalidad en la que no hay espacio ni tiempo para expresar la emoción, no hay posibilidad de plenitud familiar ni social: solo es posible una subjetividad enferma, o más bien, una “individualidad sana”.

Este olvido trajo graves consecuencias que se manifiestan de manera agresiva en la sociedad actual. Fenómenos tan incomprensibles como las oleadas de violencia en las ciudades, los miles y miles de casos de adicción a las drogas, la miseria que hace pensar en Víctor Hugo como un profeta. Fenómenos que nos hacen despertar para ver que no estamos en ningún mundo feliz –ya no de Hüxley- como nos lo quieren hacer creer desde los estudios de televisión ubicados en los tronos presidenciales, son ejemplos de lo vivas que están esas fuerzas humanas, que por contenidas en la represa del pensamiento occidental (mentalista, racionalista) tuvieron que desbordarse con una fuerza impresionante y dolorosa.

El uso de drogas es tan antiguo como el hombre. En China se ha utilizado la marihuana de forma medicinal para aliviar dolencias del cuerpo y dolencias del alma. En occidente, el opio se utilizaba para el tratamiento de molestias pulmonares o intestinales, y para la modificación de ciertos estados de ánimo. Y sin embargo, en nuestra sociedad hay un grave problema llamado drogadicción. Podría decirse que el mal no es la sustancia sino el estilo de consumo; al destituir de esencia al acto, dejándolo convertido no ya en un rito, sino en un afán de experiencias nuevas traído precisamente, por el mismo afán de producir de manera eficaz. De ser competitivo. “El consumo de psicoactivos en el contexto mágico-religioso, no representaba un problema social. Por el contrario, el uso del vino, el yagé, la ayahuasca y la cannabis, entre otros, hacen parte de una cosmogonía. Ahora bien, cuando este mundo de experiencias se desnaturalizan, estas sustancias –que antes tenían nombres propios- se transforman en “la droga”, en un objeto mercantil, operación en la cual pierden su significado, e ingresan en la lógica del mercado.”[4]

Para Darío Botero Uribe, filósofo colombiano, la acción humana es el resultado de tres “facultades”: racionalidad, imaginación y sensibilidad. “Llamo razón a la “facultad” o aptitud de percibir signos lingüísticos, de interactuar comunicativamente, de producir discursos con sentido y de construir un orden social en condiciones predeterminadas.”[5] Botero Uribe habla de lo no-racional como algo que aunque no es racional, no puede ser llamado irracional. Dentro de esta categoría aparecen lo instintivo, lo místico, lo empírico, el arte, el mito, el psicoanálisis, el cosmos... Según Botero Uribe, esta no-razón puede ser pensada; contener una forma de pensamiento. Un pensamiento no-racional que él llama pensamiento entitivo o entitativo.  

En este tipo de pensamiento

“no se trata de imponer una lógica al objeto de conocimiento sino de aprehender las formas, los fenómenos en su inmanencia, hasta donde sea posible. En el pensamiento racional se trata de adecuar los objetos a la lógica filosófica o incluso a la lógica del lenguaje semántico.”[6]

Si miramos las formas de vida de los pueblos antiguos, llamados “primitivos”, sus manifestaciones culturales, su manera de comprender el mundo, desde nuestra heredada racionalidad (que podría igualarse a cierto tipo de prejuiciosidad; especialmente si se trata de un estudio científico positivista, o de un juicio cartesiano sobre dichos pueblos)[7]; si intentamos conocer las manifestaciones de esos pueblos a la luz de nuestra racionalidad, de nuestra civilización, renunciamos a la hermenéutica del sentido prístino de esa otra civilización. No es necesario ir muy lejos en el tiempo para darnos cuenta del error que cometeríamos analizando a la luz de nuestros propios prejuicios sociales y éticos la civilización india, china, o las civilizaciones amerindias. Del mismo modo, si en nuestra propia civilización nos limitamos a la dimensión puramente racional del hombre para comprender los fenómenos de la misma, nos quedamos sin bases para explicar muchas de las acciones humanas que no pueden ser atribuibles a las definiciones de racionalidad o de razón. El crimen, las guerras, las pasiones, los gustos, el enamoramiento, la moral (entendida como tradición y costumbre) son en muchos casos, producto de lo no racional; mejor dicho, no puede decirse que sean producto de la razón o únicamente de esta. Muchas veces se ha querido separar a la razón y exaltarla como única guía de la conducta, negando y proscribiendo otros tipos de pensamiento no racionales (el arte y el amor, por ejemplo; tantas veces también proscritos), como con un deseo de dominar, de elegir, de juzgar. La mejor forma de dominar es uniformando. El mejor uniforme es el pensamiento lógico racional, puesto que rige y decanta la conducta hasta volverla menos impredecible, más deseable (para el administrador); crea normas implícitas que no pueden nombrarse; el solo hecho de hacerlo sería una infracción a otras más explícitas, piénsese en los trastornos obsesivo compulsivos, en los ejércitos, en los hospitales.

Como lo no perteneciente a la razón ha sido negado, olvidado, satanizado, puesto por primitivo e indigno, se ha convertido en blanco de persecuciones guiadas por los moralismos, los prejuicios, las religiones, los estados y, por último, también, la psicopatología. Si miramos bien el asunto, a través de la historia ha ido cambiando el nombre de aquello perseguido y repudiado. Primero eran fuerzas demoníacas, ahora son trastornos o enfermedades mentales; y como aquello que había sido negado se volvió patológico se terminó por patologizar todo lo que tiene el mismo origen: la no razón. Se hace evidente una posición moralista de la psicología: encontrar y atacar lo “malo” desde lo “bueno”… Pero describir un fenómeno, no significa comprenderlo.

Lévi-Strauss habló del pensamiento salvaje como un pensamiento intemporal, que quiere captar el mundo como totalidad, a la vez sincrónica y diacrónica; y el conocimiento que toma se parece al que espejos fijados a muros opuestos, y que se reflejan el uno al otro sin ser rigurosamente paralelos, ofrecen de una habitación y de los objetos situados en el interior. Una multitud de imágenes se forman simultáneamente, pero ninguna es exactamente igual a las otras. Por tanto, cualquiera de ellas aporta sólo un conocimiento parcial de la decoración y del mobiliario; pero cuyo conjunto se caracteriza por propiedades invariables que expresan una verdad. El pensamiento salvaje ahonda su conocimiento con ayuda de imagines mundi. Construye edificios mentales que le facilitan la inteligencia del mundo, por cuanto se le parecen. En este sentido, se le ha podido definir como pensamiento analógico. Aunque Lévi-Strauss hubiera dado una explicación racional y lógica de aquel pensamiento salvaje, aún estaba lejos de comprenderlo totalmente. No se puede decir que por haber dado una estructura racional a cualquier producto de lo no racional inmediatamente queda convertido en algo perfectamente comprensible desde lo racional.

El lenguaje del arte en general es un lenguaje con muchos gestos extraños a la razón; es un producto de la mente humana en toda su extensión. Puede producir emociones y sentimientos de los cuales, quien los siente, no sabe qué decir. Es, por así decirlo, un pensamiento analógico, producto de una emotividad y de la imaginación que logran su máxima libertad cuando se han distanciado de la realidad objetiva; en una relación directamente proporcional.

A pesar de lo apocalíptico que pueda parecer la historia de la racionalidad, han existido grandes movimientos que se han dado cuenta del peligro inminente que significa encerrar al hombre en una única dimensión, confinándolo autoritariamente a ser única y exclusivamente un ser racional y concreto inmerso en un mundo funcional en el que lo realmente importante es la productividad a costa de cualquier precio, sea el que sea, afectivo, espiritual, ecológico, sanitario, etc.

Pero siempre será una guerra perdida, es decir, ganada.  Mientras el hombre siga siendo hombre, no habrá manera de encasillarlo en una estructura organizada con el fin de dominarlo; ni por un hombre con complejo de lobo…

Existe un carácter indómito de la naturaleza humana. Al hombre le gusta ser libre. Se puede ver esto en todas las latitudes y con todas las magnitudes. Magnitudes que no pueden ser comprendidas desde la racionalidad, sino únicamente descritas. La Mente (y aquí puede decirse alma, espíritu, etc.) se rebela contra la exclusión y el desconocimiento de todo aquello que no ha sido considerado racional y por tanto, perteneciente a la cordura, la del cogito. La estandarización del pensamiento en dirección a lo funcional, económicamente productivo, desde la racionalidad a ultranza, es decir, la negación del ocio, de la imaginación, del descanso; la estandarización económica de la personalidad (a veces confundida con lo que se llama conducta), de la mentalidad, de los gustos, de las necesidades (creadas por una publicidad de la productividad y el progreso) son medios de dominación que llamaré colonialista; aunque las colonias ya no sean entidades territoriales, o geográficas, sino productoras, baratas (voluntarias = gratuitas), engañadas y voluntariamente autocolonizadas; engañadas como los niños de pinochio por la publicidad y la desinformación. Me parece irrelevante decir de donde viene esa dominación, porque no es sino mirar cuál es el modelo que se está buscando estandarizar para inferir sin mayores dificultades que el asesino misterioso es “Jack, el forastero”. El día que, como en la película de Pink Floyd, El muro, se logre la estandarización máxima, un montón de salchichas iguales, -una sola marcha de martillos, un solo compás- el hombre dejará de ser hombre, dejará de ser libre y Aldous Huxley se convertirá en un gran profeta aún a pesar suyo (de él).

Los ejemplos de la bravura del alma en su lucha por la libertad que aún tiene y no quiere perder son muy variados. Dentro de la psicología, Abraham Maslow amplió la mirada hacia la naturaleza humana para no ver solamente lo patológico ni lo estrictamente conductual. Su aporte es análogo al aporte de Pascal en las matemáticas, que, con sus probabilidades, desvirtuó la obsesión de exactitud de las mismas; Maslow desvirtuó la obsesión por lo patológico. El movimiento antipsiquiátrico que devolvió la dignidad al loco por la sencilla razón de que el loco, ni por ser loco, no deja de ser una persona. Dentro del arte, el surrealismo fue una rebeldía contra aquellos esquemas canónicos y, además, una opción política en la que se expresaba la inconformidad con los regímenes totalitarios. La música, a veces como rebeldía y otras como escape; como rebeldía, el rock psicodélico y el progresivo que a la vez que evocaban realidades míticas perdidas, levantaban sus estandartes en contra de la guerra y la segregación racial o sexual; como escape, en la manera como cohesionó a las comunidades negras de toda América logrando mantener una África espiritual en cada ritmo y en cada nota, en un Guaguancó, un Son, una Danza del Palenque, un Blues, un Soul. El hippismo como rebeldía y búsqueda de la espiritualidad perdida; nace, primero, de una inconformidad por la doble moral que se manejaba en la sociedad estadounidense (pueblo democrático que segrega de forma asquerosamente cruel a sus propios ciudadanos), luego, por el hartazgo de la guerra, y en la búsqueda de una sociedad con valores distintos (por lo menos sincera, sin doble moral). El hippismo, por otro lado, hizo una búsqueda espiritual que lo llevó a acercarse al budismo, al taoismo y a las culturas amerindias dando origen al pensamiento ecológico del siglo XX. 

El arte tiene el poder. El arte verdadero, aquel del que James Hillman habla como la creación, lo imaginal, es el que realmente tiene el poder. El poder para mantener vivo al hombre. Para que el hombre siga siendo hombre.

Se ha cometido el error de confundir al arte con el mercado del arte. El arte no es exclusivo de los que de él viven; no es de nadie pero es para todos. No se trata de que haya figuras o no, de que evoque o no, se trata de que cree, de que cree y recree; de que produzca, que produzca emociones, sentimientos, pensamientos, etc. Ese es el verdadero arte. El que tiene la función de rito, de expresión, de grito. Tiene el poder de mantener vivas las dimensiones humanas, incluida la racional. Es alimento para el espíritu. Pero no es el único que tiene el poder porque lo que conocemos como arte no es lo único que es arte. Es decir, el arte que convencionalmente ha sido llamado arte no es el único que tiene el poder, porque no es lo único que es arte. En medio de la ciencia ha habido grandes artistas. Los grandes inventores son artistas: crean, recrean, producen. Cuando se habla de Leonardo Da Vinci se habla del artista; pero al hacerlo es inevitable hablar del inventor. El arte no se enseña, se cultiva. Y se cultiva porque puede morir. ¿Cómo puede morir? Cuando el hombre se olvide de crear, en toda la extensión de la palabra, se habrá olvidado del arte, del arti-ficio, de lo que no era y que ahora sí es, del milagro mostrado por Fernandez Cristlieb[8]. Por eso es tan importante equilibrar las cosas; ni tanto que queme al santo ni tan poquito que no lo alumbre. La racionalidad no es mala, no es peligrosa y no es enemiga de la imaginación. Todo ha sido una exageración, no mía         -tal vez sí, pero no en ese punto; se ha creído que lo que no es racional no debe pertenecer al hombre, sino al animal. Se ha excluido lo no racional y no se le ha permitido ser comprendido ni manifestarse desde esa comprensión, se ha reprimido.

Permitirle a lo no racional manifestarse por medio de la creación es mucho más sano que negarlo. El ser humano no es únicamente un animal racional, sino que también es emotivo, imaginativo, mágico, religioso… Luego de muchos años bajo el influjo de algún buen sortilegio, comienza a despertar el pensamiento ecléctico y amplio; va desapareciendo el radicalismo religioso que caracterizaba a los defensores de la racionalidad como única gran característica del hombre, como única dimensión cognoscible y moralmente aceptable. Comienza a reconocerse la profunda espiritualidad del ser humano y sus capacidades que, aunque para nosotros son impracticables, muchos pueblos ya conocen desde tiempos inmemoriales.
Adagio

Nosotros mismos hemos sido brujas, alienados, leprosos, idiotas y dementes. Hemos sido y no estamos a salvo de no volver a serlo… Seremos perseguidores o perseguidos, verdugos o víctimas. Como sea, no estamos a salvo, nunca, de ser segregados, alejados, silenciados, o desaparecidos. No necesitamos ir siquiera a la historia de la humanidad. La experiencia del peligro que, para unos, representa el loco (por más cuerdo que esté), y para otros, el peligro que representa, también, ser el loco está muy cerca de nosotros. Yo mismo me cuido de ser llamado correctamente loco para no ir a confundir a ningún asesino de almas, de esos que con tanto ahínco utilizan sus armas para matar las ideas y las creaciones, los milagros. Yo mismo he estado en el borde del nombre, en el borde de “loco”, y he sido llamado de otras maneras, he sido rotulado en lo más peligroso de la sociedad… Si eres llamado “ciudadano de bien”, morirías si los enemigos del gobernador se cambian el nombre y se hacen llamar “ciudadano de bien”.

Hace algún tiempo comprobé que, de boca en boca, se llega a ser satánico con la simple práctica de la pronunciación de ciertas palabras: Satán, Mefistófeles, Demonio. Descubrí que para ser un peligroso guerrillero, o para ser revolucionario de cafetín (cualquiera de los dos oficios), la palabra mágica es Marx. Para ser malo es menester menos ejercicio que para ser bueno. Muchos hemos sido requisados periódicamente por la policía cuando éramos adolescentes. Seguramente por el único delito (debería decir pecado) de usar mochila indígena y tocar guitarra en la calle (y eso que en esa época ni se pensaba en estatutos antiterroristas). Tengo varios amigos muertos. Algunos, deberían estar vivos aún… Pero ya están muertos y no van a revivir. Por ellos, me parece innecesario –y no sería muy cortés- hablar de lo mismo con las típicas historias de brujas inocentes, locos muy cuerdos, comunistas de Mckarthy, Judíos, negros, extranjeros, etc. Están aquí y quieren hablar. ¡Adelante, pasad, pasad, el teclado y yo estamos dispuestos a ser vuestros intérpretes y herramientas!

Cuando oímos hablar de la normalidad (…todo volvió a la normalidad, por ejemplo), no se habla de lo mismo que cuando decimos lo normal. Cuando hablamos de lo normal, hablamos de algo terrenal, algo humano, casi bajo, más bien mediocre; pero cuando hablamos de la normalidad parecemos llegar al punto más alto de las sociedades humanas, creemos hablar de dios, y tal vez lo hacemos… Lo normal es lo que nos parece normal, igual a lo otro, regular, común, ordinario. Cuando la estadística habla de la media, habla de lo normal. Cuando un líder político o religioso habla de la normalidad, presenta un derrotero ideal tan extenso como improbable; casi imposible de lograr. La normalidad no está dentro de lo normal. Lo extraordinario es anormal, lo que no está dentro de lo normal. Pero como la normalidad no es lo mismo que lo normal, aparece una particular equivocación y nos vemos forzados a incluir entre lo extraordinario a casi todo aquello que hasta ahora ha sido considerado normal, pero que no puede pertenecer a la normalidad porque no llega hasta tan alto sitio, porque no alcanza a ser aquello que más que normal, merced a tal equivocación, se ha vuelto extraordinario y hasta impensable: el parto natural, la duración del matrimonio, la alegría, la salud en general.  Esto pasa cuando una sociedad tiene ideales muy elevados y los cree muy cercanos y hasta fáciles, cuando cree llegar a ellos por el camino de la apariencia y el autoengaño. Transforma estas dos polaridades en una sola cara de la realidad y la llama la normalidad.

Cuántas veces hemos sido descubiertos y llamados anormales. Tantas veces he sido llamado loco, tantas otras, tonto… ¿Cómo compaginar estos y otros rótulos más en la misma persona? No lo hacemos, cada quien escoge uno de todos y se queda con él. Si juntáramos en una misma persona todos los nombres de lo anormal que ha recibido a lo largo de su vida, comenzaríamos a descreer de nuestros propios prejuicios, que son, en definitiva, aquellos que nos dan las categorías y los rótulos con los que enmarcamos. Nos parecen tan reales, tan infalibles, que nos olvidamos de lo frágiles que son y de lo movedizo que es el piso donde están apoyados. Pero no sólo los propios sino que los prejuicios ajenos también sufrirían esta metamorfosis, algunos, tal vez mucho más rápido. Entonces, dónde está la anormalidad. ¿Cómo puede ser una persona tantas formas de anormalidad a la vez y además, tantas otras de normalidad? Esta inconsistencia sucede en toda nuestra cultura occidental; podemos decir, entonces, que no hay ningún consenso para estos conceptos, y que son tan abstractos como inaprensibles.

En este momento recuerdo la pregunta más reincidente a lo largo de un curso de psicopatología. “Profe, ¿pueden ser peligrosos?” La mayoría de las veces, la respuesta fue negativa. La insistencia en esta pregunta me llenaba de curiosidad. Podía ver en las caras ávidas de respuestas un asomo de angustia, y luego, un suave y disimulado alivio cuando la respuesta era negativa. Tememos ante algo, le tememos a ese desconocido que no existe. Es como una especie de temor de Dios que practicamos con buena devoción cuando nos enfrentamos ante la locura “en persona”. El problema es que creemos que las tipologías, las taxonomías y las categorías propias de ellas, son inexpugnablemente reales, objetivas. Nos las presentan como algo fatalmente existente; ineludibles y totalmente equiparables a las de los manuales. Como si los manuales fueran la gente con la patología. Como si no fueran una mera guía para un diagnóstico…

El miedo ante la peligrosidad, ante la amenaza que se manifiesta donde habita la ignorancia de lo que puede ser, del futuro, y donde es amenazado el control del mundo que tanto nos gusta ejercer para suponernos seguros; este miedo nos hace tomar decisiones desesperadas y atroces.

En Colombia, se practica, desde hace muchos años, la doctrina de la exclusión. Esta doctrina consiste en excluirse de los malos, alejarse de los peligros. Uniformarse para que se puedan ver fácilmente los malos, los enemigos, los malditos, los herejes, los godos, los liberales, los rojos. No juntarse con esa “chusma”, y esperar a que desaparezcan. Pero esta doctrina es practicada por “obligación”, porque el miedo obliga y nadie quiere perder la vida. Por selección natural. No culpo a nadie por salvar su vida. Me indigna, más que cualquier cosa, la falta de claridad ante esas categorías. ¿Me creería usted, si le digo que dentro de esos “malos” que mueren, que son encerrados, desaparecidos, hay muchos que fueron convertidos en “malos” a la fuerza? Me creería si le digo que hasta usted puede ser “malo”, junto con todos sus amigos, por un derrame venenoso de rumores… La ausencia de culpables, y el exceso de culpa hacen del más parecido a otros, a los otros, un perfecto chivo expiatorio. Estos rumores se derraman con la misma facilidad con que se derraman otras mentiras: “Medellín es una ciudad más segura que el año pasado”. Con estas mentiras, pareciera que lo que se buscara fuera mantener aterrorizados a unos y calmados a otros, o todo a los mismos.

R. P. Mcmurphy[9] tenía razón: “Soy una maldita maravilla de la ciencia moderna”. Pues sí. Es el ejemplo de lo que puede hacer el poder cuando se siente amenazado. La sociedad norteamericana de su época, una sociedad moralista al extremo de la falsedad y de la doble moral, no podía soportar la pérdida de control que representaban los grupos juveniles, las comunidades negras, las académicas y los movimientos políticos. Todos sufrieron una guerra fría o una cacería de brujas, inusitadamente fanática, para un país que dice ser la tierra de la libertad y de las oportunidades. La sociedad norteamericana, tan obsesionada por el control y la eficacia, y aunque bajo el título de sociedad democrática, busca evitar a toda costa cualquier trastorno del control y de la eficacia. Pero de qué manera. Cada vez que aparece un movimiento que los amenaza, se crea el rumor de que se está atentando contra la democracia y por lo tanto contra los ciudadanos de bien. Se hace una sugestión de identidad y la sociedad sola hace justicia por sus manos, igual que siempre. Es tradición, desde el KKK hasta la CIA.

¡Lástima que en Colombia a los gobernantes les parezca tan civilizado este modelo! El código de policía de Bogotá es un reflejo del lema “to serve and protect”. Para servirle al que manda y proteger la “democracia”. No se puede ni fumar. En Medellín, las cosas son menos visibles, no hay tantos códigos impresos en papel, sino en la memoria; hay actos muy dolorosos, pero prácticamente invisibles, invisibilizados por la desinformación y la fiesta.

En la película “Atrapado sin salida” se puede ver la manera en que, a toda costa, y bajo cualquier método (incluso científico), se busca evitar la pérdida del control y de la autoridad; principales pilares de una sociedad basada en una moral tan rígida que se hace imposible de alcanzar por completo.

Ahora, cuando ya está implantado el miedo a perder el poder, el control, ineludiblemente aparece la creación -por medio de estigmas, de adjetivos- de su contraparte: el miedo a los poderosos. Precipitado de la mezcla de rabia, impotencia y tristeza. Como no puedo dar prueba objetiva de estos sentimientos revueltos puesto que son subjetivos y se conocen a partir de la experiencia, desearía recomendar al lector la lectura del periódico De la Urbe, año 6 No. 24, Medellín julio de 2004 de la facultad de comunicaciones de la Universidad de Antioquia (Colombia); además, para comprender lo que quiero mostrar aquí, recomiendo ver la película “Atrapado sin salida”. El poder de los adjetivos es más fuerte en la medida en que van dejando de serlo para convertirse en sustantivos. Cuando se marca con una característica, preferiblemente abstracta, no objetivable y sin referente concreto, por primera vez, nada más es eso: una característica. Debido al uso continuo del adjetivo, éste se va transformando en nombre y, a su vez en celda, en encierro sin salida. Terrorista. Terrorista ya no es sólo aquel que “ejerce” el terrorismo, o que hace uso del terror; sino también, aquel que ha sido llamado así durante algún tiempo y, además, todo el que se le parezca; sin omitir que quien usa el adjetivo que quiere convertir en sustantivo debe ir mostrando por televisión las “pruebas” para “lograr” credibilidad. ¿Tienen credibilidad los actores de Hollywood hablando de TDAH…![10]

Así como durante una época en el país de Mcmurphy el nombre esquizofrénico era efectivo para controlar y conservar la autoridad y el poder del médico dotado de armas muy poderosas como la credibilidad y el haloperidol; aquí en Colombia es más efectivo el nombre de terrorista e incluso, todavía, el de comunista. Al igual que Mcmurphy, vivimos en una sociedad llena de códigos y reglas desconocidas e innombrables. Pero obedecidas bajo el influjo de quién sabe qué conjuro maléfico que pesa en occidente desde tiempos remotos.

La constitución nacional de Colombia habla del derecho a la vida (por encima de cualquier otro derecho) como un derecho fundamental. En el periódico ya mencionado se cuenta la historia de una mujer que es detenida por el delito de atender partos de las mujeres de la guerrilla. Ella dice: “si a media noche hay un parto, vienen a buscarme, y yo sé trabajar, les hago el favor, y no sé si es mujer de guerrillero o de quién sea”. Yo digo, y si es mujer de guerrillero no debería tener nada que ver con eso el derecho a la vida de ese muchachito. ¿Acaso él ha cometido algún delito? ¿Acaso no han sido vueltos a la libertad, algunos de los sindicados por delitos cometidos por sus hermanos? Y si no han sido vueltos a la libertad, ¿No debería ser así? ¿Kafka era un funcionario escritor, o un profeta que en visiones vio a Colombia y escribió El proceso?

Vivimos en una sociedad moralista, predispuesta, prejuiciosa. La ligereza en el juicio arraigada en la cultura hispana, mezclada con la autoridad de un cargo, la fuerza de un fusil, la contundencia de un martillo judicial y el poder del hallazgo de un chivo expiatorio (que no es una persona sino su nombre, su nominación) son una mezcla mucho más peligrosa que la gasolina y el licor. Tienen resultados tan cruentos como los de la primera guerra mundial, tan horrorosos como los de la segunda, pero, cuando se habla de tiempo no hay comparación: vivimos un Reich mucho más selectivo, horriblemente crónico, pero tristemente disfrazado de seguridad, de democracia, de libertad.

Por su parte, las tipologías y clasificaciones de los manuales diagnósticos son basadas en la observación clínica, que al ser agrupadas dentro de un nombre, han sido llamadas de cierta forma. Todo este producto de la observación de eso observable desde afuera, objetivamente, no debe ser tenido en cuenta más que como una guía. Una correlación de lo observable con lo consignado en el manual es muestra de que estas clasificaciones no son mero capricho. Hay que tener en cuenta que no sólo existe lo observable consignado en el manual, y que esto que allí se consignó, obedece a una generalidad que puede llamarse normal o típica.

Esto es lo que he tratado de decir desde el comienzo: lo normal no es bueno, pero tampoco es malo. Es normal. Aquí está la diferencia. La posición autoritaria toma a lo normal como lo ideal, para llamarlo la normalidad. Una posición libre de pleitesías es la del reconocimiento de las cosas como son.

Ejercer la psicología implica muchos riesgos. No tanto peligros. Estos riesgos son muy tentadores, la autoridad que se representa, el poder de decir qué es lo sano o lo insano, lo normal o lo anormal. Quiero advertir sobre esto. El psicólogo no debe tener necesidad de tal autoridad. El objetivo no es clasificar sino ayudar, curar y prevenir: el objetivo es la salud, el bienestar. No niego lo tentador que es sentirse con autoridad, con poder casi divino, de escoger, de juzgar entre el bien y el mal. Pero no es inevitable. No es imposible evitar la tentación de utilizar el manual diagnóstico como un arma, como un instrumento de autoridad. Se trata de utilizarlo como una guía para reconocer al paciente, no como otro caso, sino como un ser humano que vive, y que pone sus esperanzas en el psicólogo, pero estas esperanzas se transforman en sumisión cuando el psicólogo cree estar más alto que el otro. Es verdad que tiene un conocimiento general, teórico y práctico (que, muy posiblemente, no tiene el paciente), tiene una historia personal; pero cuando se olvida de lo imprescindible que es el conocimiento y la historia del otro, no ve mejor solución que confiar ciegamente en el manual y en sus teorías (o peor aún, en los resultados de las pruebas psicotécnicas, pretendiendo que le digan qué hacer con el paciente), terminando por encajar al paciente en alguno de los tantos trastornos mentales. Entonces el otro no llegó a ser más que lo observable (lo que el psicólogo quiso observable) y se apareció como la muestra del manual, como un caso controlable, manipulable. La tentación de la autoridad ganó ante la ética, y el psicólogo se convirtió en un instrumento de poder, en un policía: en un agente del terrorismo paranoico.

Andante
      
“Pobre desventurado –pensé- ¡Tienes nervios, pero también tienes corazón como los demás seres humanos! ¿Por qué te obstinas en ocultarlo? ¡Tu orgullo no puede engañar a Dios! ¡Intentas desafiarle, hasta que El te arranque un grito de humillación!
Nelly Dean (Cumbres Borrascosas
Capítulo XVI). Emily Brontë

Uno de los ideales contemporáneos más perseguidos por nuestro querido occidente, tal vez sea la seguridad. Se respiran ansias de seguridad en casi cualquier discurso, especialmente en los institucionales, que a la vez que pregonan seguridad, infunden miedo y desolación, acompañados de ira de mano firme y pasiones grandes.

Se habla de seguridad democrática, se habla de red de informantes, de coalición, de gran coalición. Todo parece, en definitiva, miedo, miedo a la pérdida de control. Junto a estas estrategias desesperadas están los discursos de lo que ahora se llama neoliberalismo. El tirano, el verdadero tirano es este discurso de la individualidad, de la seguridad y la vida privada; la libertad a cambio de una “libertad”. ¡Vended pues vuestra subjetividad, vuestro derecho de elegir la vida y vuestro destino al precio que sea, al tonto precio de algo que ya teníais; perdedlo pues todo a cambio de vuestra vida privada y vuestro supuesto bienestar, cambiadlo todo, pues, y quedaos con vuestra medrosa seguridad democrática! ¡Veréis cundir la tristeza como peste, veréis la necesidad de las drogas, veréis la rabia oculta en las lágrimas de tristeza de vuestros hijos cuando por fin descubran la causa de ella, veréis los museos y los parques desolados, y no volveréis a oír, nunca más, la voz cantante de los transeúntes! Ya que la libertad se convirtió en seguridad, y la seguridad en cárcel, la libertad se convirtió en la falta de libertad a cambio de la tranquilidad. Somos libres de permanecer dentro de la cárcel, para poder ejercer nuestros derechos. Tenemos derecho a una vivienda digna, es decir, derecho a conseguirla a costa de lo que sea o de quien sea.

El riesgo no es el peligro. He aquí el error. Se cree que correr riesgo, que salirse del camino, es correr peligro, además de todo, peligro inminente, fatal. Una simple lluvia es, ahora, sinónimo de resfriado. ¡Tenéis miedo hasta de la naturaleza! ¿Todo por qué? Porque habéis olvidado que sois parte de ella. Mientras creíamos que nuestra misión era dominarla porque no le pertenecíamos, nuestro propio actuar nos mostraba las consecuencias de nuestra terquedad.

Un batir de alas de mariposa puede producir maremotos en Pekín… Las cosas que nos pasan no son lo único que nos podía pasar, sino la posibilidad que pasó entre tantas otras que no pasaron. Cambiar de casa, de ciudad, de estilo de vida, es un riesgo. Todo cambio implica riesgo, pero el peligro lo producimos nosotros mismos; se produce con todos los actores implicados en el riesgo, y además, se produce si ha de ser producido. Si todo fuera tan peligroso como se cree, más valdría la muerte que esta sucesión de peligros en procesión organizados cronológicamente por aquel discurso que amedrentando es como domina.

Si no estudias puedes llegar a ser el más pobre de todos. Puedes. Esa es la palabra correcta. Pero parece que se causaliza y determina directamente la segunda proposición convirtiéndola en una maldición: “si no estudias, vas a ser el más pobre de todos”. El determinismo diacrónico que penetra en el sentido común es una herramienta de dominación por ignorancia. Ignorancia de sí mismo. Ignórate a ti mismo para que no seas responsable de tu vida, de tu desgracia, nosotros respondemos: “Como la sociedad no te podía dar estudio, y por eso fuiste el más pobre de todos, la culpa no es tuya, sigue trabajando como una mula en la máquina, y agradece que tienes trabajo.” “¡Ya lo ves, ya lo ves, ya lo ves: controlamos tú seguridad!” Esta es la propaganda de las instituciones que a cambio de la libertad subjetiva, quieren garantizar una libertad otorgada por el control de las libertades subjetivas más básicas como la elección de la diferencia y el derecho a pensar libremente; convirtiéndose, por el mismo camino, en garantes de una seguridad otorgada por la  homogeneidad; por la uniformidad. Todo esto es tal vez una tergiversación, tal vez una consecuencia, de los ideales ilustrados: libertad, igualdad y fraternidad. Uniformidad y homogeneidad son ahora sinónimas de igualdad, peor aún, de igualdad y de justicia. Como se ve, la fraternidad queda al libre albedrío de nosotros. Usémosla para quitarnos la venda unos a otros y cambiar la inclinación de las letras tambaleantes de este y tantos otros escritos.

Con todo, el mundo no os deja de parecer naturalmente fatal. Todo estaba prescrito y no hay nada que hacer excepto seguir dando bañitos de agua tibia (unos), y sufriendo la escasez de propaganda de estos bañitos (otros), y, ambos, seguir perteneciendo a la lógica de la sumisión implícita y silenciosa del discurso individualista contemporáneo.

Se trata de elegir si perder la libertad de pensar (de opinar, de opinar en contra) a cambio de creer estúpidamente que por el simple hecho (que más bien es un delito) de hacer parte silente, callante y otorgante, de un sistema que, a fuerza de pasar por encima de los demás, ha logrado consolidar su poderío aún en personas que no han sido muy bien tratadas por el mismo, y de las cuales he oído decir que es el mejor sistema para conseguir riqueza; creyendo que esa permisión los dirige al bienestar; no sabiendo siquiera qué entienden por bienestar… Esa es la farsa que os advierto, esa es la falacia en la que estamos cayendo. Creer que es un buen sistema nos mantiene en donde estamos. Además, en siendo un buen sistema, ¿cómo se explica que para ganar, tengamos que perder tanto? Es casi como si se tratara de ganar la vida eterna siendo “bienaventurados” solo después de una vida completa de sacrificio. “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos será el reino de la tierra”. El reino de la tierra desolada por la pobreza y la guerra… ¡Y como no iba a haber guerra y miseria, si ser pobre de espíritu y hacer el sacrificio al dictador, de perder la identidad con el congénere, y ser individual, y tener un callo que a fuerza de fuerza, se endurece frente al dolor ajeno; y ser capaz de hacerlo todo únicamente por mí y por mi individualidad, y cuidar de mi vida privada y no preocuparme por el malestar de los demás, para ser capaz de pasar por encima de ellos y encerrarme en un castillo de marfil y piedras preciosas para hacerme la ilusión de no haber hecho daño a nadie y sentirme en el reino de los “cielos” cuando con mi sacrificio perdí la llave para volver al reino de la tierra y perder ambos reinos, éste (el de la tierra) por idiota, y el otro (una ilusión de bienestar, el de los “cielos”) cuando otro más “sacrificado” pase por encima de mí!

Andante con moto. (Coral)

¿Dónde queda entonces el lugar civil en todo este movimiento de amores y desamores, lugares ocupados y desocupados? Aquí está, en medio de todo esto, el señor K de El proceso, la población civil espectadora, observante y registrante, callante y otorgante, vencida, desilusionada, viva pero muerta. Dispuesta a esperar a que todo pase, a que cambien las cosas, muda, trémula de pavor ante el peligro de ser vista, confundida, involucrada en la lógica de los enemigos, y conectada milagrosamente a la guerra por la amplitud del discurso del enemigo y la laxitud de sus límites y normas[11].

La confluencia es en este momento, junto con la paranoia, una adaptación. ¿Usted es liberal o conservador? (era la pregunta hace tiempo) –Yo soy de los suyos (tal vez la única respuesta acertada). Ya no hay preguntas, se asume la pregunta y se adivina la respuesta. Las causas y los efectos han permeado tanto en las personas, que se cree por fe del carbonero en las más repetidas, las más acostumbradas, se repiten como ritual aunque se agotasen per se. Suena un tubo de escape de un carro y se dice, según la hora y el lugar, de qué arma salió el tiro, qué calibre era y quien disparó. La culpa de la muerte se la lleva el muerto; matar no es cuestión de culpa, morir sí. Muere alguien que caminaba rumbo a su casa a cierta hora de la noche, a manos de cualquier desconocido, y la laxitud y la impunidad hacen que el culpable sea, en boca de la gente, aquel caminante: “¡Y qué hacía caminando por ahí a esa hora!”

Mientras tanto, todos los que exclamaron la frase ritual expiatoria, siguen observando y muriendo, muriendo y exclamando, culpándose por morir, por ser matados. ¡Al fin y al cabo ya estaban muertos…!

La objetividad científica es un buen muro para defenderse de las balas, es un muro hecho de huecos, un muro liviano, un muro que no existe. No hay manera de no tomar posición, la neutralidad es una mentira, es un disfraz de cordero que convierte en cordero a aquel que lo luce. La objetividad, por su parte, solo existe en parte. En realidad es la muerte de las pasiones y de las mociones pulsionales. Es el silencio de los sentimientos, el asesinato de las ideologías, la actitud cobarde apoyada en la erudición. El propio pensamiento comprometido con lo que se dice es la cuchilla que degüella al cordero y permite la purificación, el nacimiento del compromiso con la libertad de pensar. Libertad de pensar a la que se llega corriendo muchos riesgos; riesgos que a veces, o casi siempre, involucran a la muerte.

Luego, antes, y además también a la vez, el miedo a la inseguridad que implica el riesgo de la libertad… No comer entonces del fruto de la vida y seguir bajo el yugo de estas normas que hacen del funcionamiento de una sociedad, un milagro que se autorreproduce, un eterno retorno que se autoalimenta de miedo que es también su excremento; una máquina gigante coprófaga que funciona milagrosamente, una fuente sin fin de su propia vida que, a medida que mueren sus partes, produce sus reemplazos que siempre encajan casi perfectamente, aunque sin lubricante que evite las altas fricciones, y los que no encajan, o no quieren encajar, desaparecen de ella por acción de una máquina paranoica que forma parte de esta máquina gigante, y que repele a estas piezas defectuosas, pero a la vez, las piezas buscan encajar, y existen para ser acabadas y repelidas por esta, mientras que las otras piezas continúan haciendo su parte y ocupando la única posición en la que han sido clasificadas por otro mecanismo que asigna los valores de cero en adelante, así unos son dioses, otros tuerca, otros ciencia, otros clasificación (ciencia aplicada), otros combustible, otros… En fin, todos hacen parte del milagro de auto génesis contínua que parece partir de una molesta tautología igual a la del huevo y la gallina. El humano hizo que así fuera, y ahora, parece que aquello que así es, hace que el humano sea y esté donde está. Mejor, el milagro de autogénesis tuvo su origen en el hombre. Ahora, esta autogénesis de la sociedad, de forma milagrosa –falsamente milagrosa- se auto crea sin detenerse y nos permitimos la pereza y el miedo de no querer acabar con esa falsa conciencia de causa “objetiva” tal vez por desprecio de nuestra propia capacidad de crear diosecillos, diablillos, y todo cuanto podemos creer que nos domina: tiempos, destinos, etc.

De este milagro, queda la asunción de la única posición en la procesión de lugares de la máquina y el miedo a desmilagrarlo. Queda también la rebeldía de otros milagros que no encajan con éste colectivo y básicamente occidental, cada vez más estereotipado. Queda la locura que no encaja siempre, y que ocupa los lugares asignados y otros más que le lleguen a la gana. Quedan como mínimo dos posibilidades: asumir lo que comúnmente ha sido llamado destino y las respectivas lágrimas de duelo por el cambio de libertad por control, o decidir que no hay una única posición que se pueda ocupar alrededor de cualquier máquina milagrosa y acceder a una amplia gama de posibilidades, conociendo sus ventajas, desventajas, cambios, pérdidas y ganancias. No perder del todo la autonomía de decidir, y recuperar el contrato de venta del alma para rompérselo en la cara a ese demonio sórdido que promete la virtual alegría de ser un esclavo del miedo a la propia naturaleza, a la vida misma; todo a cambio de la plena verdad de la vida y de la alegría de crear, de ser juego y arte, de dar vida: de ser verdaderamente humano.

Bibliografía

Botero Uribe, D. El poder de la filosofía y la filosofía del poder. De la unidimensionalidad racional a la pluridimensionalidad humana. Imprenta Universidad Nacional de Colombia 1996.

De la Urbe, año 6 No. 24, Medellín, Julio de 2004 Facultad de Comunicaciones. Universidad de Antioquia.

Forman, M. Atrapado sin salida (One flew over the cuckoo’s nest)

Hillman, J. Re-imaginar la psicología. Ed. Siruela. Madrid 1999.

J. Berke, R Coles, L.H. Farber, H. Mann, Z. Friedenberg, J.B. Gordon, Mary Barnes, Th. Lidz, B. Nelson, Siegler, A. Bauleo, M. Schatzman, P. Sedgwick, R. Gentis, R. Boyers, H. Osmond, K. Lux, Nicolás Caparrós. “Laing: Antipsiquiatría y contracultura.” FUNDAMENTOS 4° edición.

Reyes, G. Made in Miami. Planeta, Enero del 2000.

Sánchez, A. A. Del consumo ritual a la adicción contemporánea. Revista Universidad de San Buenaventura Enero a Junio de 2002 No. 16 Medellín (Colombia)

Uribe, D. La contracultura: Revolución Hippie. Conferencia. diauribe@hotmail.com

Vélez, M. C. Los Hijos de la Gran Diosa. Universidad de Antioquia.1999




[1] Un dios básicamente lógico, racionalizado y que no tiene ningún tipo de contacto directo con nadie, que no hace contacto; un dios ideal, una idea razonable, un producto de la lógica.
[2] Para decirlo de algún modo y sin utilizar el nombre de la traicionada libertad  ni invocar al falso dios del capitalismo, el fenómeno fue llamado por la propaganda mencionada, trabajo honrado
[3] Sujetos que creen que no están sujetos más que a sí mismos
[4] Del consumo ritual a la adicción contemporánea. Revista Universidad de San Buenaventura. Enero –Junio de 2002. No. 16
[5] Darío Botero Uribe. El poder de la filosofía y la filosofía del poder. De la unidimensionalidad racional a la pluridimensionalidad humana.
[6] ibid.
[7] El juicio cartesiano sobre la propia cordura nos ilustra a qué me refiero con prejuiciosidad racional.
[8] La estructura mítica del pensamiento social. Athenea digital No. 0 Abril 2001. Pablo Fernandez Christlieb. Universidad Autónoma de México.
[9] Atrapado sin salida (one flew over the cuckoo’s nest), Milos Forman 1975
[10] Trastorno por Déficit de Atención/Hiperactividad.
[11] para ilustrar esta laxitud y esta amplitud, además de las profundas contradicciones que me parecen inexplicables y sirven más para reírse de lo realmente paradójico que resulta el conflicto armado en Colombia, quiero recomendar la lectura de algunos reportajes, especialmente el titulado El burro, de Gerardo Reyes, publicados en Made in Miami, de editorial  Planeta