domingo, 5 de julio de 2009

RETROFLEXIÓN-CONFLUENCIA

Imagínate un país en el que las personas viven en armonía y paz, tan obvias como sospechosas. Una paz que, para lograrla, los habitantes esconden dentro de su alma todo aquello que los hizo sentir ofendidos o humillados, todos los recuerdos y sensaciones dolorosas.
Merced a este recurso de esconder todo ese dolor, logran una paz y armonía superficiales, aparentes. Parecen vivir en paz los unos con los otros. Y digo que parecen, porque según lo que veo, viven una vida pesada cuya única esperanza está puesta en el fin de la existencia. Mientras ese fin llega, todos cumplen el pacto de mantener la armonía -que es como han decidido llamar a la quietud en la superficie de sus vidas-, cuidándose de no pasar más a fondo de ninguna cosa dolorosa u ofensiva con tal de mantener el mundo como piensan que debería ser. Y, debido a una elaborada creencia en un dios ausente, resisten y cargan durante toda la vida, aquellas cosas que disimulan con la paz en que deberían vivir, negando y hasta olvidando la existencia de sus entrañas, las únicas que tocan esa carga postergada hasta el día de la muerte. Y es que, según esa creencia, dios les dará junto con su último suspiro, la opción de descargar todo aquello que guardaron durante toda su vida para descansar eternamente de aquella carga.
En este país, la muerte de alguien, quienquiera que haya sido, configura un acontecimiento irrepetible. Todos los que tuvieron algo que ver con la vida del muriente, incluidos los chismosos que siempre tienen algo que ver con cualquier cosa, se aglutinan a su alrededor, prestos a guardar toda la carga que les compete, manteniendo vivo, en forma de resentimiento, al recién difunto. Estos sentimientos perduran de generación en generación, hasta que se agotan las estirpes de odio, hasta que no hay nadie que los reciba, lo cual es muy poco probable en este país, considerando la magnitud del acontecimiento y, por supuesto, la compañía de los chismosos. Así, todo ese dolor transmigra de alma en alma como ropa vieja que va de costal en costal sin ser lucida o lavada por nadie...
Y como la única posibilidad de ser libre está ligada con la hora de la muerte, la vida que llevan los habitantes de este país es realmente insoportable, sus caras reflejan la carga que lleva su alma, aunque sus palabras no correspondan a este reflejo, pero ellos mismos no aceptan mis observaciones, según ellos, sus caras se ven bien. Viven una existencia puesta en función del momento de la muerte. Celebran los gritos de resentimiento y dolor que lanzan los moribundos pero están llorando por dentro, guardando sus propios y ajenos dolores, relacionados con la reciente liberación del difunto. Tienen un semblante allanado por la costumbre de guardar todo el dolor. Se ven bien, contestan a la pregunta sobre su estado vital con ese mismo e invariable monosílabo. Pero ni su posición, ni su tono, ni su expresión corporal corresponden al significado de dicha palabra. Pero nadie pregunta más. Se sobreentiende que el cuerpo habla de aquello guardado, pero hay que conservar la tradición, la procesión va por dentro -dicen. Esa es la justicia del dios de ese país, sólo existe en el acto de morir.
Todos los habitantes de este país parecen ropavejeros que cargan un costal de resentimiento... Todos ansían pasar rápido por la vida, como sin darse cuenta, de afán. Quieren llegar pronto a la liberación que esperan en su muerte.
-¿Pero, por qué, entonces, no se suicidan ya todos?- preguntas, meneando la cabeza y mirándome con una sonrisa grande como tus ojos abiertos, como si me hubieras pillado en un error de composición...
No lo hacen, porque están advertidos por la misma creencia: suicidarse ofendería a Dios y, como Él no se lo guarda todo porque puede ver todas las opciones, y sabe decir y hacer las cosas -porque lo consideran inalcanzable e incomprensiblemente perfecto-, negará al suicida la desesperada liberación que es la única razón por la que esperan la muerte los habitantes de este país. Por eso, mientras se mueren, en su afán de vivir rápido como pasando las hojas de un libro sin leerlo, hacen muchas cosas, prueban muchas cosas, pero todo lo que hacen pasa tan rápido que nunca viven completamente todo eso; pasan por encima de todas esas situaciones, porque lo que buscan es matar el tiempo: hacer algo mientras salen de la vida gritando y soltando todas esas pestes que cargaron en su alma. Creen que guardar el dolor y evitar el contacto y la confrontación mantienen al país en paz y armonía. Creen que no tienen más remedio que quejarse con un gesto, decir que están invariablemente bien y seguir cargando el costal de ropa vieja y podrida que han ido llenando, hasta el momento de la muerte en que ese dios en quien esperan les permita desahogarse del mismo.
Este es el único contacto real que hacen en su vida, el contacto con la muerte, la cual 'viven' plenamente. A Dios lo consideran un ser inalcanzable e implacable, inconmovible y lejano, a quien no hay que acercarse. Tal vez sea por esta razón que todos tienen una idea de Él, pero nadie habla, nunca, desde su propia experiencia; porque con Dios les pasa lo mismo que con todo: viven como si no experimentaran, como para no aprender, como evitando tener una propia experiencia, tal vez para no tener que hacer mano de lo que tienen guardado en el viejo costal.
NOTA:
Para comprender el título, dale clic, te llevará hasta la explicación.

domingo, 8 de marzo de 2009

Y a todas estas, ¿Cómo va la fenomenología?

El título enlaza -haciendo click sobre él- con La nueva fenomenología del llevar adelante, un artículo de Gendlin que trata el problema de las categorías y los conceptos en cuanto a fenomenología, sobre todo cuando se trata de 'fenomenología comparada', si así puede llamarse al ejercicio de comparar las maneras de hacer fenomenología que presentan los fenomenológos desde Husserl... El problema se encuentra cuando a la luz de algo que ya hemos reconocido por experiencia, la insuficiencia de los conceptos y categorías por sí mismos, encontramos que tampoco la fenomenología por sí misma, como forma de proceder, nos ofrece mayor solución, por ejemplo al problema del consenso entre fenomenólogos, un problema relacionado con la contrariedad entre epojé y experiencia.
Allí es donde Gendlin quiere hacernos llegar. Si nos damos cuenta de este problema, aguzando a la vez nuestra atención para no perdernos en medio de discursos, encontramos que la base del lenguaje es el cuerpo. Gendlin nos muestra el cambio de manera más completa: "El fenómeno parecía depender completamente de las categorías (a través de la historia, la cultura y las formas comunes del lenguaje). Los filósofos fueron tentados, como Heidegger en los años posteriores a Ser y Tiempo, a tratar con categorías aparte de la fenomenología. Ahora todos podemos ver que trabajar con las categorías por si solas no es totalmente beneficioso. (...) Pero si se reconoce que el lenguaje es inherentemente metafórico y no controlado por los conceptos, entonces no hay necesidad de estar en un punto sin salida."
Gendlin trata de ofrecer una salida al problema que plantea la filosofía, tomando los descubrimientos en 'experiencing' (la metodología de los pasos en focusing, la terapia experiencial, el llevar adelante los pasos corporales de cambio experiencial...). Propone la manera en que este experienciar complementa en la filosofía, de manera que ejecuta funciones imposibles para los conceptos. "Lo que llamo "experiencing" no es separable de los conceptos, pero juega roles cruciales, directamente demostrables, en el pensar incesante. Realiza funciones que los conceptos no pueden realizar."
Lo que plantea, pues, este artículo, es una inversión del orden filosófico apoyado en la fenomenología, de manera que se presenta casi como un desarrollo de esta fenomenología, tomando en serio la experiencia. "En mi trabajo filosófico, estoy resumiendo lo que llamo "una inversión del orden filosófico usual". Las filosofías han exigido por mucho tiempo una base en la experiencia, pero siempre se interpretó "experiencia" según los conceptos y las categorías de esa filosofía. Los conceptos siempre fueron atribuidos dentro de la experiencia."Así, lo que se encuentra es una complejidad vivida que aporta al lenguaje un piso concreto: el orden de la experiencia vivida, una experiencia que no puede ser representada mas que metafóricamente. "Donde otros ven indeterminación, nosotros encontramos complejidad - un orden siempre inacabado que no puede representarse, pero que tiene que ser tomado en cuenta mientras pensamos. Es un orden mucho más fino, más orgánico, que siempre proporciona funciones implícitas, independiente de si prestamos atención a ellas o no."