domingo, 24 de abril de 2011

Sobre la Infidelidad

Sobre la Infidelidad

En múltiples ocasiones me he interrogado por la tradicional acepción de infidelidad que muchas personas consideran y defienden como correcta, en la que el contacto físico erótico o sexual con alguien diferente a la pareja “oficial”, es decir la novia(o) o la esposa(o), es sin duda el factor determinante de su definición; por consiguiente besarse, acariciarse o llegar hasta el máximo contacto físico del coito con una persona ajena a la pareja es considerada la suprema conducta de infidelidad, la consumación total de la misma.

Sin embargo esta acepción es correcta sólo en apariencia.

Qué es lo que realmente preocupa a algunos enamorados? a los enamorados de un especial nivel de conciencia? No es acaso lo más perturbador la posible pérdida del ser amado que quizá nos ha costado tanto encontrar, conquistar y mantener a nuestro lado? No es ese “verdadero amor” el bien máximo que queremos conservar a toda costa? Sin duda el cuerpo del ser amado es, consciente o inconscientemente, asumido como propiedad nuestra, y por lo tanto la idea de que llegue a ser disfrutado por alguien diferente a nosotros puede resultarnos muy dolorosa; claro, esto depende de la representación de infidelidad que tengamos, por lo cual esta aseveración no es necesariamente cierta para quienes conciben la infidelidad de manera alternativa a la representación tradicional que aquí reviso. Entonces los besos y caricias, incluso el sexo con ese “otro” que percibimos como intruso no es lo determinante de la infidelidad, si bien podría ser una consecuencia de la esta.

Entendiendo que lo verdaderamente nuestro no es el cuerpo del ser amado sino su amor (lo cual pude también someterse a revisión), y si es ese amor el bien supremo que queremos conservar, entonces algunos enamorados podemos comprender los impulsos sexuales propios y de nuestra pareja hacia otras personas justo como lo que son, parte de la naturaleza sexual misma del ser humano que debido a ciertos convencionalismos sociales, como el noviazgo, no pueden ser expresados libremente, por lo menos no en esta sociedad colombiana fuertemente influenciada por el pensamiento judeo-cristiano. Algunos enamorados podemos incluso llegar a acuerdos en los que nos admitimos, junto con nuestra pareja, una posible “canita al aire”, un “pase”, una vez hemos llegado a la comprensión de que el amor no estaría así comprometido, y que por lo tanto, lo verdaderamente importante de la relación amorosa no estaría en juego. Es sin duda un acto de suprema confianza en la pareja, en nosotros mismos, y en la relación amorosa cultivada hasta entonces. Inclusive, si una acción así de nuestra pareja se da por fuera de un acuerdo previo con nosotros, es decir, entra en la categoría convencional de la “infidelidad”, una vez constatamos que el amor sigue aún salvaguardado, algunos enamorados podemos simplemente “perdonar” a nuestra pareja porque esa “falta” no amerita una pérdida del amor, no una pérdida de tal magnitud. Tengo bastante claro que es más fácil decirlo que experimentarlo, pero sin duda es algo que ocurre con bastante más frecuencia de lo que las personas del común puedan llegar a imaginar.

Para los enamorados que compartimos representaciones alternativas de la infidelidad unos “cuernos” no se ponen necesaria ni exclusivamente con un sexo casual por fuera de los confines de la pareja. Hay otras conductas que nos provocan mayor preocupación.

Si en medio de la normalidad de la relación amorosa de novios o esposos, nuestra pareja sostiene encuentros constantes o inclusive casuales con alguien que deliberadamente le coquetea no sólo para lograr llevarla a la cama sino para conquistarle como compañera, entonces ella, nuestra pareja, estaría posibilitándose momentos de cortejo con un intruso. Nuestra pareja podría argüir que “no hace nada malo”, que la responsabilidad del flirteo recae sólo en el tercero, pero la aparente pasividad de nuestra pareja sería sólo eso, aparente, porque asistir a, o permanecer discretamente “pasiva” en encuentros de ese tipo es una clara manifestación de disponibilidad para ese otro, para su enamoramiento, de facilitación ante los intereses del intruso que pretende su conquista total, manifestación que este o esta no deja de notar y aprovechar porque la interpreta justo como lo que es: la implícita invitación a continuar con el cortejo y, por lo tanto, la promesa sugerida de que su perseverancia se verá recompensada con lo que busca. Bajo estas circunstancias lo que nuestra pareja estaría poniendo en riesgo no son simples caricias, besos o sexo casual; estaría arriesgando el amor en sí, lo más importante de la relación, el bien máximo que, como he dicho antes, queremos conservar a toda costa. Los enamorados como yo encontramos en este tipo de conductas, desde la simple permisividad ante el intruso hasta el establecimiento de un enamoramiento paralelo, una manifestación de infidelidad mucho mayor; es decir, esto es lo que propiamente entendemos por infidelidad.

El amor es un bien que algunos enamorados quizá sobrevaloramos porque le vemos como la máxima expresión de la experiencia espiritual y sensible. Su conquista y consolidación pueden llegar a requerir un esfuerzo monumental que determine una muy especial valoración de lo que representa para nosotros. Esa valoración del amor conlleva a que mujeres y hombres de todas partes se enfrenten a sus propias representaciones de la infidelidad a la hora de enfrentar situaciones difíciles con su pareja. Así los famosos “cachos” puestos por el ser amado o por nosotros mismos exponen nuestras vulnerabilidades: las de cada uno frente al otro, frente a nosotros mismos y frente a la relación amorosa en sí.

Bien vale entonces preguntarnos qué es lo que más tememos perder en una relación amorosa, será la exclusividad sobre el cuerpo del ser amado? O será el amor arduamente construido con el ser amado? la exclusividad del cuerpo o la del corazón? Algunos como yo vemos en la primera opción, en la pretenciosa soberanía sobre el cuerpo ajeno una clara condición de egolatría, una demostración no necesariamente cierta de la valía que el ser amado tiene de nosotros, la cual podemos exhibir ante los demás y a la que nos aferramos para reconfortarnos a nosotros mismos. Su sacrificio aun me resulta difícil, lo acepto, pero sin duda es mucho menor al de la pérdida del bien supremo del amor devenida por causa de la solapada disponibilidad de nuestra pareja al enamoramiento con un tercero; eso que aquí llamo infidelidad.

Atanael Barrios L.

2 comentarios:

  1. Un tema bastante difícil de tratar, porque se llega a sentir aquel temor infantil emparentado con la maldición siguiente: "que no le pase a usted...", dicha en un tono asustador.

    Pero es verdad, la mayoría de la gente piensa que el único comportamiento aceptable frente a un acto de "infidelidad" sería la terminación de la relación, tal vez porque la mayoría de la gente desea evitar el perdón, ya que éste no es un sentimiento sino una decisión, y estamos en una sociedad de lo inmediato en la que la voluntad no tiene tanto valor como los sentimientos.

    ResponderEliminar
  2. Pero yo os digo que cualquiera que mire a otra mujer para desearla, ya adulteró en su corazón...

    ResponderEliminar

¿Qué opinas?